DESCANSANDO EN PAZ
¿Qué es el insomnio? ¿qué es el exceso de sueño? Un buen día caes redondo y rendido en la cama. Y duermes, duermes y duermes. Y dormirías hasta mucho tiempo después de que el ser humano se hubiese extinguido, si fueses capaz de hacerlo. Abrazas con fuerza la almohada, como con miedo de que se pueda escapar. Le juras amor eterno y le prometes que nunca te separarás de ella. Pero al final, cada mañana (o cada tarde), la abandonas, muy a tu pesar. Y allí se queda ella: sola y triste, atesorando algún pelo tuyo y un poco de tu saliva. Y enfriándose. La sábana se queda arrugada, encogida , por tu ausencia, y con el relieve de tu figura, la manera que tienen las sábanas de tener memoria de uno.
Uno de los momentos más duros en la vida, por superficial que esto pueda sonar, es el instante en que el sueño se apodera de ti y no estás en disposición de calmarlo por culpa de las obligaciones, de cualquier índole. Entonces, todo se torna secundario, sólo piensas, de nuevo, en la cama, en la almohada, en las sábanas…se te nubla la vista y el esfuerzo de permanecer con los ojos abiertos empieza a resultarte insoportable. Es un daño sin dolor, pero te recorre por fuera, por dentro, te atraviesa el alma. Comienzas a soñar despierto, y sueñas con tu almohada, con su suavidad, su frescor. Te imaginas otra vez abrazándola…sueñas despierto con alcanzar el lugar donde se sueña dormido, donde nada importa porque no es real pero en donde más cómodo te sientes, el único sitio al que nunca te cansa volver.
Repentinamente, aparece el insomnio, y cada uno, la cama y tú, empieza a ir por su lado. Apenas os veis, apenas entráis en contacto. Deambulas por las noches como un zombie. Cansado y con sueño pero sin ser capaz de calmarlo. Ya no sueñas con tu almohada, ya no quieres abrazarla, y es una pesadilla tumbarte sobre la cama. Los ojos tan abiertos como los de un búho, los pensamientos tan extraños y enloquecedores como los de un enfermo mental. Empiezas a creer que la culpa de todos tus males la tiene tu almohada, y la necesidad, la adicción a dormir que en ti ha ido generando a lo largo del tiempo, y sin lo cual no puedes vivir…ni morir…porque dormir es morir, morir un poco cada vez para cada mañana (o cada tarde) poder resucitar, con el deseo y el secreto afán de volver a dormir-morir.
Son las 3.20 de la madrugada, felices sueños.
JASAS
Uno de los momentos más duros en la vida, por superficial que esto pueda sonar, es el instante en que el sueño se apodera de ti y no estás en disposición de calmarlo por culpa de las obligaciones, de cualquier índole. Entonces, todo se torna secundario, sólo piensas, de nuevo, en la cama, en la almohada, en las sábanas…se te nubla la vista y el esfuerzo de permanecer con los ojos abiertos empieza a resultarte insoportable. Es un daño sin dolor, pero te recorre por fuera, por dentro, te atraviesa el alma. Comienzas a soñar despierto, y sueñas con tu almohada, con su suavidad, su frescor. Te imaginas otra vez abrazándola…sueñas despierto con alcanzar el lugar donde se sueña dormido, donde nada importa porque no es real pero en donde más cómodo te sientes, el único sitio al que nunca te cansa volver.
Repentinamente, aparece el insomnio, y cada uno, la cama y tú, empieza a ir por su lado. Apenas os veis, apenas entráis en contacto. Deambulas por las noches como un zombie. Cansado y con sueño pero sin ser capaz de calmarlo. Ya no sueñas con tu almohada, ya no quieres abrazarla, y es una pesadilla tumbarte sobre la cama. Los ojos tan abiertos como los de un búho, los pensamientos tan extraños y enloquecedores como los de un enfermo mental. Empiezas a creer que la culpa de todos tus males la tiene tu almohada, y la necesidad, la adicción a dormir que en ti ha ido generando a lo largo del tiempo, y sin lo cual no puedes vivir…ni morir…porque dormir es morir, morir un poco cada vez para cada mañana (o cada tarde) poder resucitar, con el deseo y el secreto afán de volver a dormir-morir.
Son las 3.20 de la madrugada, felices sueños.
JASAS