POR SIEMPRE FUGACES
Los momentos importantes de la vida son repentinos, instantáneos, como la chispa que hace prender un mechero o el motor de un coche. Es por un pequeño momento, inesperado e irracional, que todo lo demás cobra un sentido. Cuando no es la cabeza la que actúa, sino los impulsos eléctricos, es cuando verdaderamente estamos vivos. Cuando nos comportamos como si estuviésemos locos, es cuando más cerca estamos de ser nosotros mismos, y cuando perdemos el control de nuestros actos es cuando más podemos sentir que tenemos un alma, un algo más que huesos y carne, porque es entonces cuando podemos vernos a nosotros mismos desde fuera y juzgarnos a nosotros mismos de forma objetiva.
Un hormigueo que recorre nuestra epidermis y un ardor que sube desde el estómago hasta la cara, nos avisa de que ese momento está ocurriendo, y, aunque efímero en el tiempo, se torna imperecedero en la memoria, y guía nuestros siguientes pasos, y el resto de nuestra estancia en la tierra.
Es como si el tiempo estuviese esperando apoyado en una columna a que llegase uno de esos momentos, como si hubiese quedado con él en algún lugar para poder reanudar la marcha, para decidir a dónde ir.
Los espacios que hay entre esos momentos son el mero trasegar de las cosas, la inercia. Y esos momentos son el empujón inicial en el sillín de la bici, o la señal de stop al final de un camino. Son un despertar del letargo que es ser un animal racional. Son el instinto de supervivencia venciendo al miedo a vivir.
JASAS
Un hormigueo que recorre nuestra epidermis y un ardor que sube desde el estómago hasta la cara, nos avisa de que ese momento está ocurriendo, y, aunque efímero en el tiempo, se torna imperecedero en la memoria, y guía nuestros siguientes pasos, y el resto de nuestra estancia en la tierra.
Es como si el tiempo estuviese esperando apoyado en una columna a que llegase uno de esos momentos, como si hubiese quedado con él en algún lugar para poder reanudar la marcha, para decidir a dónde ir.
Los espacios que hay entre esos momentos son el mero trasegar de las cosas, la inercia. Y esos momentos son el empujón inicial en el sillín de la bici, o la señal de stop al final de un camino. Son un despertar del letargo que es ser un animal racional. Son el instinto de supervivencia venciendo al miedo a vivir.
JASAS