EL IMPERIO DE LA RUINA
A los seres humanos nos atrae el caos, nos apasiona fervorosamente el afán de autodestrucción. Quien diga que no desea en su fuero interno la sumisión del mundo en el más absoluto de los desastres, miente. Eso si, tiene que ser mal de muchos; de unos pocos no es divertido. El día que vi caer las torres gemelas fue para mi, y para ti también, reconócelo, uno de los momentos más excitantes de los últimos tiempos, (sin necesidad de desear mal de nadie ni compartir ideología política alguna). En esos instantes nada importaba, las pequeñas miserias cotidianas se veían relegadas a un segundo plano para admirar una cruda realidad. ¿Quien se aburrió aquel día? Tres mil personas murieron para sacar de la rutina a cientos de millones de personas que se obnubilaban una y otra vez con las repeticiones de la caída de las torres. Y cuando estabas sentado en el sillón mientras la estructura se debatía con el fuego, no estabas esperando precisamente a que se apagase y quedase en nada, querías ver como una mole se desplomaba en el suelo creando una gigantesca bola de polvo aunque no sabías a que se debía esa necesidad ni como justificar aquella abominación…pero ahí seguías, cambiando de informativo en informativo a la búsqueda de la noticia más escabrosa. Y cuando te enteraste del asunto del tsunami corriste a encender la tele con la esperanza de ver una gigantesca ola de 100 metros de altura de las que solo existen en los sueños y los cuentos, más allá de la tragedia, que más tarde lamentaste, pero que sinceramente mucho no te cambió la vida. Si te notificasen la inminente caída de una bomba nuclear en el centro de Madrid lo primero que te vendría a la mente sería la pregunta ¿y hasta cuanta gente podría morir, cual sería el perímetro de destrucción? En lugar de ¿y como se podría evitar? El hombre está en contacto permanente con la perdición, de hecho, el ciudadano medio dispone de dos hipotecas, la de su casa, y la de su ataúd, tan asumida tiene su propia debacle. Y quizás sea eso, la atracción sórdida por el peligro y lo funesto, lo que hace que aún se mantenga vivito y coleando sobre la faz de la tierra.
JASAS
JASAS