CREED Y SEREIS CREÍDOS
CREED Y SEREIS CREÍDOS
He cogido el último vuelo por los pelos. Llevo ropa, libros y mi maquinilla de afeitar. La azafata me ha traído agua mineral, me ha dicho que me siente y que me ponga el cinturón. Allá abajo es todo muy pequeño, aquí arriba demasiado grande.
El señor Lafallet quiere que sea rápido y limpio. Quiere que sea esta noche. El señor Lafallet me ha proporcionado las armas y la identidad. Yo me he dejado bigote y barba. El señor Lafallet es dueño de una importante multinacional. Se expande por toda Europa y parte de América, aunque el verdadero objetivo es Asia. Ahí está todo el potencial. En Asia vive mucha gente. Más que cucarachas. Muchas cucarachas pueden llegar a ser molestas. Píldoras anticonceptivas. El señor Lafallet vende píldoras anticonceptivas. A particulares, a otros distribuidores pero sobre todo a Estados. La fuerte campaña de la iglesia católica contra la contracepción, con su santidad a la cabeza, ha llevado a Preventex S.A. al borde de la quiebra. Sus ventas han descendido un cincuenta por ciento en seis meses y mi obligación para con esta sociedad es abrirle las puertas a los jóvenes de hoy en día para que forniquen como conejos. Mi obligación viene determinada por la cantidad, el color y el tamaño de los billetes que reciba a cambio de trinchar como un pavo, tal y como lo haría un etíope, al supremo cardenal.
Hace dos años el señor Lafallet, bajo otro nombre y con otra identidad, abrió una ONG que colabora desinteresadamente con el obispado de la capital en la ayuda a los niños huérfanos. Se llama Pater Nostrum. Hace dos meses fui nombrado portavoz oficial de la ONG para asuntos públicos, debido al delicado estado de salud que supuestamente arrastra el fundador desde hace varios años, lo que le impide aparición en medio alguno. Doy la mano, sonrío, aplaudo y leo manifiestos altruistas en galas benéficas, convenciones y reuniones. Hay que evitar que los niños huérfanos sufran, hay que impedir que los niños huérfanos nazcan. Es la filosofía de Preventex S.A.
Bajo del avión y recojo mi equipaje. Como soy embajador de buena voluntad de las Naciones Unidas, no me es necesario pasar por el detector de metales del aeropuerto de Roma. Cojo un autobús para ir al Vaticano y me mezclo con la gente para empaparme de su olor y dar apariencia de hombre corriente. Entro en el majestuoso palacio, donde me indican que ya esta todo preparado para la audiencia. Son las doce de la mañana. Dentro de cinco minutos todo habrá acabado. Irrumpo lentamente y con sobriedad en la sala donde se encuentra el Sumo Pontífice. Le explico la perentoria necesidad que tiene nuestra ONG de salvaguardar la existencia de los débiles. Nos dejan en intimidad como muestra de confianza y buena voluntad. Le digo que para mi es todo un privilegio tratar con el representante de nuestra iglesia aquí en la tierra y le ruego que me permita besarle la mano en señal de eterno agradecimiento. Estrecho entre mis manos la suya , la beso y sin soltarla me levanto mientras el Papa comienza a desfallecer. Me acerco a su oído y le susurro unas palabras antes de que caiga inerte, muerto entre mis brazos: “¿No reconoces mi voz? ¿No hablas conmigo todos los días? He regresado para eliminar del mundo todo rastro del error más grande de todos los tiempos. En poco tiempo no habrá lucha alguna por la religión, ya no habrá más religión que la de uno mismo. Al final mi antiguo señor estaba equivocado, era el otro, ahora mi nuevo señor, el señor Lafallet, el que siempre tuvo la razón”
JASAS
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home